Como
era habitual en un paseo al casco histórico, llegamos a la Plaza El
Venezolano, antigua Plaza San Jacinto, rodeada de comercios y antiguos
edificios, nos llevo a la vieja tienda de sombreros justo al frebte de
la casa natal de Bolívar. Luego del obligatorio recorrido por ésta
última, nos fuimos al Capitolio, actual Asamblea Nacional. Era como en
los libros de texto del colegio, con esa gran cúpula dorada.
Lo
que más me impresionó, sin embargo, fue ver la Ceiba de San Francisco:
recuerdo ir bajando hacia el Centro Simón Bolívar y ver este gran árbol,
casi casi era un baobab, como esos del cuento... me recordaban a los del El Principito, y yo soñaba con tener un árbol como el de las
ilustraciones. Debo acotar que desde niño tuve una gran afición por la
jardinería, recolectaba semillas de árboles y las sembraba, aun hoy día
tengo un árbol que planté a los 8 años, y me sigue acompañando.
Mi padre conocía mi afición por los árboles y la alimentaba, y dio
la estocada de gracia cuando empezó a relatarnos a mi hermano y a mí su
propia historia de la Ceiba. Comenzó por mencionar que ese era
el árbol más especial después del Samán de Güere, por el cual papá ya
conocía mi fascinación. Hasta ese día yo no había caído en cuenta de que
mi padre había vivido en Caracas de niño. Mi abuela dejó los Andes,
escapando del abandono del padre de sus hijos, de una vida poco fácil y
triste, y esperando que en la capital la vida fuese mejor. Cuando
llegaron, mi padre tendría no más de 9 años, siendo el antepenúltimo de 6
hermanos, que para ese entonces sólo eran 5.
Mi
padre nos contó que cuando tomaron la decisión de mudarse, mi abuela
les dijo que irían a la ciudad de los leones, pero al llegar nunca vio
leones, lo cual siempre le causó gracia. Recordaba papá que una vez un
señora les regalo unos libros donde aparecían extraños animales, entre
ellos los fulanos leones de los que tanto oía hablar, pero que nunca
vio. Había muchos otros, como cebras, elefantes, y jirafas. Estas
últimas le llamaban mucho la atención, y le preguntó a su madre dónde
podría encontrar esos animales tan extraños. Ella, que no sabía qué
bichos raros eran esos y mucho menos donde estaba África, le respondió
que en el centro, cerca de la iglesia de San Francisco y el Calvario,
estaban los leones, y de seguro también estarían eso animalejos
extarños. Él había leído que las jirafas tenían largos cuellos para
alimentarse de las copas de los árboles, así que dedujo que La Ceiba
sería su comida favorita, y por ende allí las encontraría.
Contaba
papá que cuando mi abuela le encargaba llevar la ropa que había
planchado a una familia que vivía de Muñoz a Padre Sierra, él tomaba
algo de tiempo para bajar hasta la esquina de La Bolsa a ver si
encontraba alguna jirafa por allí dándose un banquete con la Ceiba de
San Francisco.
